Los espacios industriales en España

El sector secundario es el conjunto de actividades que implican transformación de alimentos y materias primeras a través de los más variados procesos productivos. Normalmente se incluyen en este sector siderurgia, las industrias mecánicas, la química, la textil, la producción de bienes de consumo, el hardware informático, etc. La construcción, aunque se considera sector secundario, suele contabilizarse aparte pues, su importancia le confiere entidad propia. Un 0,25% de la población española trabaja en este sector.

 

Las actividades industriales tienen una gran importancia en la economía mundial y nacional, ya que son el impulsor del desarrollo económico, convirtiéndose en el motor de la economía, al tener la función de transformar los productos primarios para que el sector terciario los distribuya. Sin embargo, en la sociedad postindustrial actual estas actividades ocupan un segundo lugar tanto en aportación al PIB como en la estructura de la población activa (18%), detrás de las actividades terciarias.

 

La industria española está en un continuo proceso de cambio, tanto los paisajes industriales que genera, como el tipo de actividades predominantes, como las regiones industriales generadas.

Localización de la industria española
Localización de la industria española

Tema 12: Los espacios industriales en España:

Proceso de industrialización en España. Características generales y distribución territorial de la industria española. Factores de la actividad industrial española. Principales sectores industriales y su implicación ambiental.

 

12.1 Características generales del sector industrial español.

12.2 Proceso de industrialización en España.

12.3 La distribución territorial de la industria española.

12.4 Factores de la actividad industrial española.

12.5 Principales sectores industriales y su implicación ambiental.

 

12.1. Características generales del sector industrial español 

 

El sector secundario es el conjunto de actividades que implican transformación de alimentos y materias primeras a través de los más variados procesos productivos. Podemos definir la actividad industrial como la transformación de los recursos naturales a través de sucesivas fases, por procedimiento físicos o químicos. Normalmente se incluyen en este sector la siderurgia, las industrias mecánicas, la química, la textil, la producción de bienes de consumo, el hardware informático, etc. La construcción, aunque se considera sector secundario, suele contabilizarse aparte pues, su importancia le confiere entidad propia. Un 0,25% de la población española trabaja en este sector.

El papel de la industria en España se mide por el número de personas a las que da empleo y por la aportación que tiene en la estructura productiva. La industria tiene una posición secundaria en la estructura productiva de España. En la actualidad, da empleo a un 27 % de la población ocupada y aporta el 30 % de la producción nacional.

En cuanto a la producción nacional, la industria aporta el 30 % del Producto Interior Bruto. Con respecto al empleo, actualmente la industria da trabajo a más de dos millones y medio de personas; esto supone alrededor de un 27 % de la población ocupada. Ahora bien, este porcentaje varía de forma significativa entre las distintas Comunidades Autónomas. Mientras que en Cataluña el porcentaje de empleo llega al 39%; en Canarias o en Extremadura este porcentaje se reduce notablemente.

 

Las actividades industriales tienen una gran importancia en la economía de un país pues pueden ser el impulsor del desarrollo económico, convirtiéndose en el motor de la economía, al tener la función de transformar los productos primarios para que el sector terciario los distribuya. Sin embargo, en la sociedad postindustrial actual estas actividades ocupan un segundo lugar tanto en aportación al PIB como en la estructura de la población activa (18%), detrás de las actividades terciarias.

 

La industria española está en un continuo proceso de cambio tanto por los paisajes industriales que genera como por la repercusión que tiene en el espacio o en la economía de una región.

Igualmente señalar que la industria española está haciendo frente en los últimos años a importantes retos. Para enfrentarse a ellos debe solucionar ciertos problemas como son:

  • La polarización en ciertos subsectores estratégicos, que son los que absorben la mayor parte del capital.
  • La desigual distribución del tejido industrial en el territorio.
  • La fuerte dependencia de la inversión extranjera.
  • La baja inversión en innovación y tecnología.

Las recientes políticas industriales tienen como línea prioritaria la mejora de la competitividad incidiendo en factores como el diseño, la calidad, la innovación, la seguridad y la protección del medio ambiente. El factor coste de producción que en su día benefició a España, actualmente, es el principal impulsor del proceso de deslocalización industrial que tiende a llevarse los empleos y el capital a los países en vías de desarrollo y al este de Europa.

En cuanto a la estructura de nuestro sector secundario indicar que en la industria española predominan las pequeñas y medianas empresas (PYMES). Un 75 % de las empresas existentes tienen menos de 50 trabajadores. Sin embargo, dichas empresas solo producen un 25 % del total nacional. Eso quiere decir, que las grandes empresas, tanto de capital público como privado, ya sea nacional o multinacional, son un elemento fundamental en la estructura de la producción y las PYMES en la del empleo.

El sector público ha reducido progresivamente su aportación tras la privatización en los años noventa de numerosas empresas públicas. Esto ha pasado con importantes empresas como Repsol, Aceralia, Endesa, Telefónica, etc. En la actualidad, el organismo encargado de gestionar las empresas públicas es la Sociedad Estatal de Participaciones Industriales (SEPI). Cabe destacar que el capital multinacional tiene mucho peso en la industria española. Controla totalmente subsectores como el del automóvil, y tiene una fuerte participación en industrias agroalimentarias y químicas, es decir, en las actividades más dinámicas en la actualidad.

12.2. Etapas del proceso de industrialización en España. 

Desde sus inicios, la industria española ha pasado por distintas etapas, cada una de ellas marcada por una estructura y una pautas de localización. Vamos a distinguir cuatro grandes etapas. 

        La primera iría desde 1855 hasta 1959, 

        la segunda desde 1959 hasta 1973,  

        la tercera desde 1973 hasta 1986 y

        la cuarta desde 1986 hasta la actualidad.

 

La revolución industrial empezó en España al mismo tiempo que en el resto de Europa pero lo hizo de una forma más lenta e irregular de tal forma que sólo Cataluña, País Vasco y Madrid se industrializaron permaneciendo el resto de comunidades de España vinculadas al mundo agrario. A esto se le ha denominado el fracaso de la revolución industrial en España (Jordi Nadal).

 

Otros autores como Tortella y Casares explican este retraso o fracaso situando a España dentro del modelo agrario de los países mediterráneos, con una agricultura más atrasada por cuestiones climáticas y de estructura de la propiedad. Este atraso de la agricultura explicaría el retraso industrial.

 

Además un factor importante de nuestra industrialización tardía fue la explotación de los recursos mineros por parte de países europeos y en especial Francia e Inglaterra, aunque ganamos infraestructuras como por ejemplo las mejoras de las comunicaciones para mejor exportación.


Primera etapa:

 

Primera Fase (A): El inicio de la industrialización (1855-1900)

 

Esta primera fase de la industrialización en España se desarrolla entre 1855 y 1959. España se incorporó a la primera revolución industrial con retraso respecto a otros países de Europa occidental dadas las difíciles condiciones para el despegue industrial.

Entre los factores económicos que condicionan el retraso industrial español destacan la falta de capital, el mercado muy limitado con una situación exterior desfavorable debida al desastre colonial de la primera mitad del siglo XIX, la escasez de recursos o la mala dotación en algunas materias primas (algodón o hierro) y productos energéticos básicos (carbón), la escasa mentalidad burguesa y las tímidas revolución demográfica, agraria y de los transportes que daba lugar a una demanda limitada por el bajo crecimiento demográfico y la pobreza de las rentas campesinas. A este se le suma que el atraso tecnológico que obligaba a importar la maquinaria, o una política industrial inadecuada y que apuesta por la libre exportación de minerales o el proteccionismo.

El tema de la limitación del capital nacional en la inversión en la industria fue clave. Pues no sólo hubo dependencia técnica sino también financiera. Las grandes aportaciones de capitales franceses e ingleses a la economía española serán las que resuelvan la escasez de capitales que dificultaba el desarrollo español. Gran Bretaña fue el principal proveedor español de maquinaria, bienes de equipo y combustible y constituyó el principal mercado de nuestros productos mineros y metalúrgicos. En definitiva, serán la economía francesa e inglesa las que funcionaron como motor para la industrialización española; cuando estas economías ralentizaron su crecimiento, especialmente a partir de 1873, la economía española, dada su dependencia, se resintió gravemente.

Igualmente hubo aspectos o factores políticos que influirán negativamente. Entre ellos se encuentran los contratiempos de la guerra de la Independencia o las guerras carlistas llevaron a un claro estancamiento industrial entre 1808 a 1830. A estos factores políticos se unen la situación propiciada por el bienio progresista gracias a la aplicación en 1855 de la desamortización de Madoz, a la entrada de las leyes del ferrocarril, o a la desamortización minera del sexenio revolucionario (“la Gloriosa revolución” de 1868).

A pesar de todo este es en el segundo tercio del siglo XIX (1830-1861) cuando se produce el arranque de la industrialización española y que presenta su momento inicialmente más importante coincidiendo con el bienio progresista (1854-56) cuando tuvo lugar el comienzo de la nueva industria , en especial de la textil y la del hierro, apoyado todo ello por la política arancelaria.

La industria textil. En Cataluña la que triunfa es la industria textil que atraerá a una gran cantidad de inmigrantes. Las razones de ello se encuentran en el crecimiento de la producción agraria en el XVIII y la elevación de precios agrarios lo que posibilitó la acumulación de capitales, que en muchos casos serían invertidos en la creación de fábricas de “indianas” (nombre que recibían los tejidos de algodón). El desarrollo de esta producción fue posible por la protección que los fabricantes obtuvieron de la Corona. La prohibición de importar hilados y tejidos de algodón reservó el mercado interior a los fabricantes catalanes. Más adelante consiguieron también el control del mercado colonial a cambio de proveerse con materia prima producida en las colonias.

 

La guerra de la Independencia supuso un duro golpe para esta industria. Además durante este período la pérdida de las colonias continentales privó al sector de importantes mercados. Al margen del sector algodonero y dentro del textil, durante el siglo XIX se produjo también la modernización del sector lanero.
Al final del período 1900 habían emergido dos grandes núcleos de la industria lanera: Sabadell-Tarrasa. La concentración en Sabadell y Tarrasa es consecuencia de una localización privilegiada: el ferrocarril facilitaba el acceso a los puertos cercanos. Además se solucionó el problema del abastecimiento de materia prima mediante la creación de un depósito de lanas en 1871.

 

Fábrica de estampados de Barcelona en el siglo XIX

La industria siderúrgica. Comienza a funcionar hacia 1833 con el alto horno de la Concepción en Marbella. Más tarde será la localidad de “El Pedroso” en Sevilla la que siga su ejemplo. Para 1848 aparece en Mieres (Asturias) el primer alto horno de coque. En 1855 en Barcelona se funda la sociedad Maquinista Terrestre y Marítima, dedicada a la industria mecánica.

 

El proceso de industrialización va unido a una concentración geográfica intensa. En el norte se ubicará la industria del carbón, del hierro y del papel. El desarrollo de la siderurgia en España estuvo condicionada hasta fines del siglo XIX por las limitaciones de la demanda, que se da básicamente en tres sectores: sector agrario, industria y sector transportes.

1.      La demanda del sector agrario: Las desamortizaciones permitieron poner en cultivo nuevas superficies. Fue necesario fabricar nuevos arados y nuevas herramientas, pero, generalmente, esta demanda fue atendida por la pervivencia de las forjas tradicionales diseminadas por todo el país.

2.      El sector textil: La mecanización de la industria catalana fue un importante componente de la demanda del hierro.

3.      El sector transportes: El desarrollo del transporte marítimo a vapor, que requería la construcción de buques con casco de acero, incrementó a lo largo del siglo XIX la demanda de productos siderúrgicos. La renovación de la flota española fue lenta. Hasta el año 1884 el tonelaje de los barcos de vapor no superó la de los barcos de vela.

 

 

 

Pero sin lugar a dudas el principal demandante de productos siderúrgicos en los procesos de industrialización del XIX fue el ferrocarril. Las expectativas despertadas a fines de los cuarenta y comienzo de los cincuenta se vieron defraudadas por la Ley de 1855. El artículo 20 de la Ley de Ferrocarriles de 1855 establecía la devolución a las compañías de ferrocarriles de los aranceles pagados por la importación de hierro, maquinaria, material móvil, etc. Se importó más del doble de lo que se producía en España. En 1865 se pone fin a la exención arancelaria. Esta medida animó a los productores.

 

Tres zonas de producción siderúrgica: Andalucía, Asturias y el País Vasco. Tanto en Andalucía como en el País Vasco existían yacimientos de hierro.  El estallido de la primera guerra carlista en 1833 supuso la paralización de las forjas del norte. Esto supuso una excelente oportunidad para el desarrollo de la siderurgia andaluza. La siderurgia andaluza acabó en los años 60 del siglo XIX, desapareciendo por la competencia que representó la siderurgia asturiana.

El predominio de la siderurgia asturiana desde 1860 a 1880 se debe a reducción de los costes que suponía la proximidad a los yacimientos de hulla. La aparición de la siderurgia asturiana coincide con el período en que se empezaba a discutir la necesidad de dotar al país de un ferrocarril. En la región asturiana la primera fábrica que entró en funcionamiento fue la de Mieres, en 1848, construida por una compañía británica. Se mantuvo en funcionamiento tan sólo un año.

De 1870 a 1959 transcurre una segunda revolución industrial.  El crecimiento en los últimos decenios del siglo XIX fue constante, aunque lento. A pesar de ello, las industrias creadas durante la segunda mitad del siglo XIX (siderometalurgia y textil), lo son con tecnología atrasada y dependiente del exterior, subordinación del capital  extranjero y minifundismo empresarial.

 

 

Mapa de los inicios de la revolución industrial en España em el siglo XIX

A partir de 1880 es otra área del Norte, la que adquiere el protagonismo. Todo empieza con la entrada funcionamiento en funcionamiento de diversos altos hornos (Bolueta, Baracaldo, Sestao, y culmina con la creación en 1902, ahora con ayuda del capital francés, de los  Altos Hornos de Vizcaya. La consolidación de la siderurgia vasca a fines del XIX y comienzos del XX tuvo lugar gracias a la legislación proteccionista y a la depreciación de la peseta, que encarecía las importaciones.

Por último Madrid no es ajeno al desarrollo industrial, por su papel como centro financiero y administrativo, que atrajo una población creciente que estimuló la industria.

Desde el punto de vista industrial entre 1831 y 1861 el crecimiento industrial español fue considerable. A partir de este último año experimenta una ligera desaceleración. La misma debe relacionarse con la frustración de las expectativas levantadas por las inversiones realizadas en la década (1854-1864), especialmente las inversiones ferroviarias. El fracaso de dichas inversiones estuvo relacionado con la limitación que suponía lo reducido del mercado interior.


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